En 1898, la breve guerra con los Estados Unidos, resultado de una enorme torpeza diplomática, se tradujo en rápida y sangrienta derrota que además puso de manifiesto la debilidad organizativa y la ineficacia del ejército español. La consecuencia de esta derrota supuso la pérdida de los restos del imperio español: Cuba, Puerto Rico y las islas Filipinas.
La derrota y la pérdida de las últimas colonias sumió al país en una profunda crisis nacional, la crisis del 98, agravada por una situación económica que tenía sumida en la mayor pobreza a la mayoría de la población y unos presupuestos del Estado limitados por los enormes gastos militares. En este contexto, surgieron numerosas voces de muy variado significado que reclamaban una regeneración de la patria y un repliegue sobre sí misma. La voz más crítica y la cabeza de ese movimiento regeneracionista fue Joaquín Costa. En noviembre de 1898 Costa, por medio de la Cámara, lanza un programa-manifiesto dirigido a todas las Cámaras agrícolas y comerciales, a los sindicatos, etcétera, que conmovió a todo el país.
La crisis le hizo tomar conciencia de que su programa de reformas económicas y sociales que había venido defendiendo desde los años ochenta y, sobre todo, en los años noventa, no podía hacerse en el marco político de la Restauración.
Costa había experimentado por sí mismo los obstáculos de los intereses de la gran propiedad y de los capitales privados a su política hidráulica. Había sido testigo desde su juventud del control de la sociedad rural por los caciques locales. Había comprobado como la coalición de los intereses de los industriales de Cataluña y los de los grandes productores de trigo de Castilla y Andalucía habían bloqueado su programa de reforma de la agricultura española y su defensa del libre comercio, lo que había significado la carestía artificial del coste de la vida. Conocía de primera mano el injusto sistema impositivo que recaía sobre el pequeño campesinado y beneficiaba a la gran propiedad, mientras que el Estado carecía de los datos estadísticos necesarios para fundamentar una política fiscal moderna y progresiva de la propiedad territorial, imposibilitando con ello la implantación de un sistema de crédito moderno y favoreciendo la persistencia de la usura. Había visto cómo la desamortización de los bienes concejiles había sumido en la ruina a muchas comunidades locales y quitado "el pan a los pobres". Había visto, en fin, el desastre económico de las guerras coloniales, en detrimento de voces, como la suya, que reclamaban una autonomía para las colonias.
Era necesario, pues, una revolución desde el poder, la "revolución desde arriba", que sustituyera a la clase gobernante y un cambio de régimen. Una revolución promovida por las clases "neutras" y "productoras", por una alianza de los intelectuales y de los sectores económicos progresivos.
La crisis nacional del 98 hizo de Costa un tribuno nacional. Si desde los años ochenta Costa se había convertido en un personaje conocido por los intelectuales y medios profesionales, ahora se convierte en el mayor referente nacional para la opinión pública más crítica con el estado de la nación, y en la principal referencia de las nuevas generaciones de intelectuales; en suma, en la voz y la conciencia crítica de la nación.
La limitación de la acción política de escala comarcal y la crisis nacional de 1898 elevará el proyecto político de Costa a clave ideológica fundamental del regeneracionismo reformista español. Es el momento del salto a la política nacional, primero desde la misma CAAA y después desde la Liga Nacional de Productores y la Unión Nacional, también creadas con su concurso.