Desde esta nueva centuria podemos decir sin titubeos que Ramón José Sender Garcés (1901-1982) figura con derecho propio en los lugares más destacados del parnaso novelístico español del siglo XX, tal vez al lado de Camilo José Cela y de otro, como Sender, solitario e insistente fabulador y grafómano, Pío Baroja. En punto al repaso de la vida de Sender, tenemos la fortuna de contar con la documentada monografía de Jesús Vived Mairal, Ramón J. Sender: biografía (Madrid, Páginas de Espuma / Gobierno de Aragón / IEA, 2002), que es referencia inexcusable de los estudios biográficos senderianos y, cómo no, del breve sumario que a continuación esbozamos.

Desde 1919 hasta 1938

Ramón J. Sender en 1918

A estos lugares se reintegra, un poco a regañadientes, cuando el severo José Garcés, por entonces secretario de la Cámara Agraria oscense, lo llamó a capítulo y lo hizo regresar a la capital de Huesca. Crónicas sentimentales, versos en alejandrinos y runflante rima, reportajes de excursiones pro patria, pueden leerse en el periódico de la Cámara, La Tierra, hasta que en 1923 hubo de marchar Sender a África.

Tras su paso por el servicio militar, realizado en Melilla, sin el que no se entiende la novela Imán (1930), y durante el cual firmó colaboraciones para El Telegrama del Rif, Sender decide, una vez más, asaltar la fama en el corazón periodístico de la corte madrileña. Así, en abril de 1924 se convierte en redactor de El Sol, periódico en el que dejará excelentes muestras de sus progresos literarios en forma, también una vez más, de crónicas, cuentos —son de especial relevancia los publicados a la sazón en Lecturas— y reportajes. A diferencia de La Tierra, periódico católico donde Sender ofició de cronista sentimental para la juventud bien capitalina, en El Sol pudo respirar un ambiente profundamente liberal. Allí fue ensayando la escritura de aquilatación de actualidades al compás de un sensible escoramiento de su ideología hacia sucesivos progresismos.

Frutos de esta labor de informador de actualidad son sus primeros librosEl problema religioso en Méjico (1928) y América antes de Colón (1930), y consecuencias lógicas del escoramiento, los días pasados en la cárcel por su actitud hostil a la dictadura y el trueque del liberalismo radical de El Sol por el anarquismo de Solidaridad Obrera o el republicanismo de La Libertad —donde comparecieron los artículos al poco recogidos en la citada América antes de Colón—.

Queda otro fruto, por supuesto, la excelente novela Imán (1930), madurada años atrás y de éxito inmediato a su publicación. Imán inaugura con brillantez el periodo de compromiso progresista y de reconocimiento literario del Sender de los convulsos años treinta. Avanzando muchas de las improntas temáticas y de taller de escritura que le auparán como clásico, Sender comparte con gran parte de sus contemporáneos europeos la urgencia biológica por impedir que el fin —y sentido— de la historia se decantase del lado de la barbarie fascista. Con esta necesidad convulsiva, las publicaciones se suceden vertiginosamente: El Verbo se hizo sexo (1931), O. P. (Orden Público) (1931), La República y la cuestión religiosa (1932), Siete domingos rojos (1932), Teatro de masas (1931), Casas Viejas (1933), Madrid-Moscú (1934), La noche de las cien cabezas (1934), Viaje a la aldea del crimen (1934), la exquisita Proclamación de la sonrisa (1934), Míster Witt en el Cantón (1935; Premio Nacional de Literatura)… A todos estos libros deben sumarse multitud de colaboraciones en las revistas de izquierda más significadas —Orto, Tensor, Octubre…— del periodo republicano.

Atraído en primera instancia, y después voluntaria y progresivamente apartado del movimiento comunista (tal vez porque el proverbial individualismo ganglionar y solitario de Sender era una evidencia impermeable a la teleología de sentido comunista), Sender hubo de vivir unos especialmente trágicos momentos durante los primeros meses de la Guerra Civil. Por una parte sufrió persecución de manos de la derecha sublevada, quien se ensañó con su hermano Manuel —exalcalde de Huesca— y con su esposa, Amparo Barayón —con quien tuvo dos hijos, Ramón y Andrea—, pero por otra también de los mandos comunistas. Por esta última circunstancia, no dudó en aceptar la invitación del Gobierno para viajar a Estados Unidos en misión de propaganda (1938). Durante la confusión bélica escribe y publica Contraataque (1937), novela de contienda y ciertamente de propaganda.