Desde esta nueva centuria podemos decir sin titubeos que Ramón José Sender Garcés (1901-1982) figura con derecho propio en los lugares más destacados del parnaso novelístico español del siglo XX, tal vez al lado de Camilo José Cela y de otro, como Sender, solitario e insistente fabulador y grafómano, Pío Baroja. En punto al repaso de la vida de Sender, tenemos la fortuna de contar con la documentada monografía de Jesús Vived Mairal, Ramón J. Sender: biografía (Madrid, Páginas de Espuma / Gobierno de Aragón / IEA, 2002), que es referencia inexcusable de los estudios biográficos senderianos y, cómo no, del breve sumario que a continuación esbozamos.

Desde 1939 hasta 1963

Ramón J. Sender en 1949

Con el fin de la Guerra se inicia el periodo de exilio americano de Sender. Primeramente recaló en México. Allí fundó la editorial Quetzal, de cuyos talleres saldrían Proverbio de la muerte (1939), la justamente afamada El lugar del hombre (1939), Hernán Cortés (1940) y Mexicáyotl (1940). Con el tiempo, los tres primeros citados serían reescritos y retitulados como La esfera (1947), El lugar de un hombre (1958) y Jubileo en el Zócalo (1964). También editó allí el Epitalamio del prieto Trinidad (1942) y la primera narración de Crónica del alba (1942).

En 1946 pasa a los Estados Unidos y se nacionaliza norteamericano. Tras algunos meses vividos en Nueva York, se traslada a Albuquerque, donde durante dieciséis años sería profesor de Literatura Española Moderna de la Universidad de Nuevo México. Colaboró en un buen puñado de publicaciones periódicas a través de la American Literary Agency (ALA), fundada por su paisano Joaquín Maurín, al tiempo que iba publicando libros de gran calado como El vado (1948), El rey y la reina (1948) y El verdugo afable (1952), y al tiempo que traducciones de sus novelas iban engrosando los catálogos de prestigiosas editoriales —no españolas, por descontado— como muestra del vertiginoso ascenso de la fama del escritor.

De 1953 data la edición de Mosén Millán, cuyo título fue convertido en el más conocido de Réquiem por un campesino español en la edición bilingüe de 1960. Al que, a no dudar, es el libro más célebre del escritor sucedieron Hipogrifo violento (1954), Ariadna (1955), Bizancio (1956), Unamuno, Valle-Inclán, Baroja y Santayana (1955) —con los años, aumentado en Examen de ingenios. Los noventayochos (1961)—, La Quinta Julieta (1957), Los cinco libros de Ariadna (1957; anticipada en la Ariadna de dos años atrás), Emen Hetan (1958), El diantre (1958), Los laureles de Anselmo (1958), El mancebo y los héroes (1960), Las imágenes migratorias (poemario de 1960), La llave (1960), Novelas ejemplares de Cíbola (1961), La tesis de Nancy (1962; primera de la popular serie), La luna de los perros (1962), Los tontos de la Concepción (1963) y Carolus Rex (1963).

El periodo de 1939 a 1963 suele considerarse el del florecimiento de la escritura senderiana, una época jalonada de obras maestras -puntualmente reseñadas por la crítica americana- escritas durante esos largos ratos de soledad del profesor universitario que con una técnica meditada supo convertir tramas, símbolos, alegorías y protagonistas en metáforas aceptadas como paradigmas de su tiempo.