A lo largo del siglo XVIII, en el marco de una sociedad predominantemente agrícola y ganadera un amplísimo elenco de escultores y doradores desplegarán su actividad profesional por tierras del Alto Aragón ornamentando numerosos inmuebles eclesiales. Sus respectivos trabajos, como cualquier otra actividad artesanal, se hallaban regulados por la normativa gremial, y, dependiendo de la importancia del taller, algunos de estos artífices extenderán su radio de acción laboral por un territorio más o menos extenso. Los principales obradores escultóricos se localizarán en Huesca, Jaca y Barbastro, que serán centros de producción, pero también lugares de consumo. No en vano estos núcleos eran sede episcopal, por lo que sus catedrales demandaban determinados ornamentos. Además estas poblaciones contaban con conventos, iglesias y varias cofradías que podían requerir en un momento dado, obra retablística. Aparte de ello existirán otros núcleos secundarios, aunque de menor significación, como Ayerbe, Biescas o Loarre. Estas localidades erán testigo del funcionamiento de pequeños talleres de escultura ligados a la tradición artesanal de una determinada familia. Es de vital importancia también aludir a aquellas instituciones o particulares que promovieron o financiaron la fábrica de retablos u otro tipo de obras, pues, como clientela corporativa o privada que fueron, contribuyeron sustancialmente -en mayor o menor medida- a orientar el desarrollo de la vida artística de aquel momento. En este sentido podemos citar obispos, cabildos catedralicios, deanes, canónigos, parroquias, cofradías, ayuntamientos, bienhechores o la propia Universidad Sertoriana.