Desde esta nueva centuria podemos decir sin titubeos que Ramón José Sender Garcés (1901-1982) figura con derecho propio en los lugares más destacados del parnaso novelístico español del siglo XX, tal vez al lado de Camilo José Cela y de otro, como Sender, solitario e insistente fabulador y grafómano, Pío Baroja. En punto al repaso de la vida de Sender, tenemos la fortuna de contar con la documentada monografía de Jesús Vived Mairal, Ramón J. Sender: biografía (Madrid, Páginas de Espuma / Gobierno de Aragón / IEA, 2002), que es referencia inexcusable de los estudios biográficos senderianos y, cómo no, del breve sumario que a continuación esbozamos.

Desde 1901 hasta 1918

Ramón J. Sender, a los dieciséis años, en Zaragoza

Nacido en la pequeña localidad de Chalamera el 3 de febrero de 1901, es Sender uno de los autores en lengua castellana traducido a más idiomas tras el indiscutible primer puesto de Miguel de Cervantes. Virtud esta de la traductibilidad que jamás ha de desdeñarse a la hora de encumbrar a un autor en los más altos peldaños de los sucesivos cánones literarios. Los dos primeros años de vida de este clásico, cuya vigencia está suficientemente contrastada por el número de reediciones de sus obras, transcurrieron en Chalamera. En 1903 la familia —era Sender el segundo hijo de José Sender y Andrea Garcés— se traslada a la localidad vecina de Alcolea de Cinca.

Ocho años después, en 1911, los Sender pasaron a Tauste, donde Pepe Garcés conocería a su Valentina. Para cursar el tercer curso de bachillerato, el joven Ramón fijó su residencia en Reus, exactamente en el internado del colegio de los religiosos de la Sagrada Familia. Ya en 1914 recalará en Zaragoza, ciudad en la que terminará sus estudios secundarios y en la que permanece hasta 1918.

Todos estos años de infancia y adolescencia quedarán indeleble y magistralmente inventariados tanto en la deliciosa autobiografía novelada Crónica del alba (1965) como en Monte Odina (1980), ese anecdotario misceláneo perteneciente a un inequívoco ciclo de senectute, y, diseminados, en otros libros y ensayos, donde aparecen y desaparecen como cifras de magistral conversión literaria de una autobiografía filtrada por el tamiz de la visión de un hombre esencialmente solitario.

Con apenas quince años comienza Sender su fase de aprendizaje literario a través de colaboraciones en la prensa del momento. Serán las planchas de la zaragozana La Crónica de Aragón, del alcañizano El Pueblo, de los madrileños España Nueva, El País, Béjar en Madrid y La Tribuna, y más tarde, del oscense La Tierra, los testigos de estos primeros ejercicios de una escritura un sí es no es tardomodernista. Es época de lecturas extensas e intensas, ordenadas y desordenadas, de la finalización del bachillerato en Alcañiz y de una impulsiva escapada a Madrid, también en 1918, que en todo caso revelan la inquietud juvenil del alevín de literato, de quien daba comienzo a su carrera a través de los propedéuticos lugares literarios de la contemporaneidad, los de aquellos luchadores del periódico, de la crónica y del reportaje.